lunes, 18 de marzo de 2013

La anécdota

¿Sabemos observar? En mi opinión bastante menos de lo que deberíamos. Desde pequeñitos nos enseñan a hacer, y para aprender a hacer nos enseñan también a prestar atención y mirar con detenimiento. Pero creo que con los años se nos va olvidando la práctica de observar. Por eso, cuando pasa algo en tu vida que te obliga a parar, a dejar de hacer para simplemente observar, puede resultar maravillosa la experiencia. Ese día fue justo lo que ocurrió viviendo una bellísima anécdota como observador, aunque desgraciadamente no fuese bella y ni mucho menos maravillosa para la protagonista de mi anécdota.

Recuerdo la anécdota de aquella noche de hace tantísimos días como si hubiese sido ayer. Pero seguro que su protagonista no. Seguro que para ella fue una noche más en su cotidianidad. Y en aquella turbadora anécdota, una de ésas a la que no has sido invitado, me sentí invisible ante la protagonista. De hecho para ella nunca existí. Ella tenía cosas mucho más importantes en las que pensar.

Y es que en apenas diez segundos, sin necesidad de articular palabra, me contó tantas cosas que me sentí abrumado. Cosas como la capacidad de amar en su más pura esencia. Y me mostró la heroicidad necesaria para luchar día tras día y superar las enormes adversidades que le depara la vida por ese amor en el que cree. Y me habló de sacrificio y de fe, de una fe muy por encima de cualquier religión y creencia. De la fe necesaria para convertirte en heroína. Una heroína que no lo sabe porque nunca tuvo tiempo para pensar que lo era. Porque sencillamente tiene demasiadas cosas que hacer como para pensar en tonterías. Demasiado que hacer como para pararse a pensar. Demasiado que hacer como para parar.
    
Pero esa heroína anónima que conocí también sabía lo que estaba poniendo en juego. Desgraciadamente casi ningún sueño sale gratis. Y arriesgar por un futuro mejor puede conllevar demasiados sacrificios para conseguirlo. Sacrificios que se pueden acabar pagando muy caros.  Aquella heroína anónima estaba poniendo en juego el presente por un futuro. El de su familia. Y aquella heroína sabía que el daño ocasionado por ese futuro podría ser irreversible.


Aquella noche algo pasó. Algo mágico, cotidiano pero mágico. Triste y bello a la vez. Aquella noche menos de diez segundos fueron más que suficientes para mostrarme todo un pequeño universo de nuestra realidad al que nunca nos paramos a prestar atención. Y algo me dijo que aquella anécdota de la que fui testigo se tenía que contar. Y el verbo "tener" pronto se transformó en "necesitar".

Y ahora, a falta de menos de dos meses para el rodaje, soy más consciente que nunca de la necesidad de contar aquella maravillosa anécdota. Siempre he escuchado cómo los grandes artistas de la historia han reivindicado la necesidad de expresar lo que sentían con su arte. Ahora más que nunca la palabra necesidad cobra sentido para mí. Aquella heroína anónima lo estaba haciendo por necesidad. Nos toca tomar prestada esa necesidad para contar su historia con la más absoluta humildad. ¡Esperemos estar a la altura!




No hay comentarios:

Publicar un comentario